Una acuarela al día

Enrique Alda
Normalmente pinto todos los días. Y es casi lo primero que hago por las mañanas. El procedimiento siempre es el mismo: un papel sujeto al tablero del caballete con un pequeño trozo de cinta adhesiva y un par de líneas, directamente a pincel para ver claro el primer encuadre. Uso un pincel hake no muy empapado para que ya me sugiera texturas, mientras que en mi mente voy componiendo las primeras masas pensando en manchas no en líneas. Normalmente, en este punto me preocupa más donde voy a dejar blanco de papel que dónde voy a pintar. Como habrás escuchado decir mil veces en www.leccionesdeacuarela.com, para poner pigmento siempre hay tiempo pero si ahora no has reservado el blanco, ya después no podrás.
La primera mancha suele llevarme diez o quince minutos. Dejo que seque, más bien que escurra porque esta fase la suelo hacer con petit gris bien cargado y el tablero inclinado para que el agua fluya. Mientras el agua hace su trabajo yo suelo desayunar o empezar las tareas cotidianas. Vuelvo a la carga al poco tiempo y ya defino en función de lo que veo, qué es lo que voy a pintar, si es un paisaje arbolado, si es una marina, un horizonte indefinido, un grupo de casas, o qué. Al cabo de la mañana volveré varias veces sobre la acuarela, a ratos, viendo cómo va evolucionando y voy raspando, pintando grafías, acabando detalles y poco más. Normalmente antes del mediodía dejo de pintar. S i el tema me gusta, lo dejo en en caballete. Me gusta volver a mirarlo. Yo disfruto mientras pinto y esta contemplación de lo creado es una íntima satisfacción. Pero lo más normal es que no me guste el resultado y en ese frecuente caso la acuarela va al montón, al pudridero, esa pila de papeles pintados donde esperamos ingenuamente que algún ángel convierta en belleza lo que no es más un torpe intento y una cura de humildad.
Como en cualquier tipo de arte, sobre todo en el arte gráfico, el modelo de prueba error es muy habitual, y el que nos conduce a trabajar sobre una obra, contemplarla, desarrollarla, volver a contemplarla, retocarla, contemplarla de nuevo, encontrar matices inesperados que nos conducen a nuevas vías de exploración dentro del concepto que queremos transmitir. Se trata de un proceso que puede comprender varios pasos como el descrito. Al final, muchas de las obras terminan por convencernos, por hacernos sentir que transmite las sensaciones que hemos vivido a la hora de idearlas y llevarlas a cabo y que responden al momento de inspiración que nos ha llevado a tomar el papel, el pincel, el agua y el pigmento y conjugarlos en la expresión de una motivación interna que en la mayoría de las ocasiones no tiene nombre, no responde a un concepto, no surge de una percepción tangible y describible… simplemente llegan de mano de ese bello y sutil concepto llamado inspiración.
En ocasiones el proceso de prueba error culmina con éxito y vemos reflejado en la obra terminada todo el cúmulo de emociones, sensaciones, incluso afectos que hemos sentido a la hora de ponerla en marcha y culminarla. En muchas otras ocasiones, esa obra que iniciamos impulsados por un resorte invisible al que sentimos la necesidad de dar respuesta, en la que pusimos todo nuestro entusiasmo y empeño, en la que volcamos toda nuestra pasión por la pintura en acuarela, se detiene,... observamos el resultados y no sentimos ese vínculo descrito anteriormente con un momento de inspiración concreto, no termina de transmitirnos las emociones vividas mientras trabajábamos en ella, descubrimos que no hemos cubierto el proceso que nos lleva desde la idea que surge en nuestro interior a lo que finalmente se ve bajo el análisis imparcial del ojo humano. El arte de la pintura en acuarela, como cualquier otro arte en general, no se mueve bajo los parámetros de una ciencia exacta y un proceso certero que nos conduce de manera infalible de la idea inicial, de la inspiración espontánea, a un resultado que realmente refleje la emoción que buscábamos, la percepción de haber dejado una huella que responde fielmente a nuestros pasos.. El arte de la acuarela y sus resultados responden a la reiteración, la insistencia, incluso a la reincidencia, y, sobre todo, a no renunciar nunca a ponernos en marcha en el momento en que, desde algún rincón inesperado del alma, surge la necesidad de expresarnos, de precipitar sensaciones, de poner en movimiento las emociones, de jugar con ellas, y de tomar en la mano el pincel y, frente al papel, encarar una y otra vez al deseo de arriesgar con el pincel, el pigmento, el agua y todos los elementos compositivos en la búsqueda de un resultado que finalmente nos llene y nos deje la satisfacción plena de haber movido desde nuestro interior una emoción que queda plenamente plasmada en la obra ya finalizada.
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